Por Geovanna Bañuelos
El suicidio se ha convertido en un problema de salud pública. En diversos medios de información cada vez se habla más al respecto, sin embargo, no ha sido suficiente para prevenirlo y disminuirlo en nuestro país. Seguimos presenciando casos donde las personas ven como única salida a sus problemas terminar con su existencia. En días pasados conocimos el caso de Diego Emiliano, estudiante de noveno semestre de Medicina Humana de la Universidad Autónoma de Zacatecas quien lamentablemente decidió quitarse la vida. Compañeras y compañeros comentaron que era objeto de malos tratos y humillaciones por parte de algunos docentes, situación que se replica de manera sistemática con otros alumnos.
Entre las y los jóvenes, el suicidio es considerado la tercera causa de muerte a nivel global. En México el panorama es muy similar. En el año 2021, el Inegi reportó una cifra total de 8 mil 447 decesos por suicidio a nivel nacional, siendo el grupo etario de 25 a 29 años de edad el que registró mayor número con un total de 1 mil 274, seguido de 1 mil 210 casos ocurridos entre los jóvenes de 20 a 24 años de edad. Y el 81.6%, los intentos son de hombres.
Las cifras anteriores muestran una tendencia en la que esta población es más vulnerable respecto al suicidio. Este grupo poblacional enfrenta cambios drásticos en su personalidad. Es cuando la identidad comienza a construirse y por ello, provienen una gran serie de cambios físicos, psicológicos, sociales y culturales, así también, existen vivencias propias de la edad que provocan que su estado de ánimo cambie de forma repentina, igualmente, se enfrentan a etapas cruciales en su desarrollo a futuro.
Aunado a lo anterior, la presión a la que se enfrentan en los centros educativos, estrés por la entrega de proyectos académicos, tareas y la carga de exámenes, puede llevarlos a desequilibrar su salud mental. Es prioritario seguir concientizando a la sociedad y en específico a las y los jóvenes sobre la relevancia de hablar y conocer sobre sus sentimientos, de hacerles saber que no están solos y dar atención y seguimiento ante cualquier señal de alerta.
Alzar la voz es urgente y necesario para que las autoridades educativas diseñen los mecanismos dirigidos a los estudiantes para la prevención del suicidio con un enfoque de derechos humanos. Es momento de visibilizar la salud mental de nuestros jóvenes y todos los sectores. La sociedad tiene que aprender que las enfermedades mentales existen y que seguirán existiendo, que no son simples reacciones al estrés de la vida y no son equiparables al malestar cotidiano. Diego no es un caso aislado. No están solos, nos sumamos a la causa.