Por Geovanna Bañuelos
Cuando pequeños, soñábamos con un futuro de autos voladores, robots, ciudades flotantes y poderosas computadoras con autonomía propia. Hoy, esa visión se materializa de formas más sutiles y más impresionantes. Al encender tu celular, ¿has sentido esa inquietante sensación de que sabe lo que estás pensando? Esta es la maravilla y el misterio de la inteligencia artificial (IA), cual oráculo moderno, parece adelantarse a nuestros deseos.
Y sí, como en toda historia digna de ser contada, hay un «pero». Porque la misma IA que nos sugiere el siguiente capítulo de esta serie que nos tiene en vilo, es también capaz de suplantar la voz que nos estremece en el cine o incluso decidir qué trabajos merecemos tener. Ahí yace el peligro; en no distinguir entre nuestra identidad digital y nuestra esencia real.
La IA es como un espejo mágico, buscando reflejar y emular nuestra mente. Pero, recordemos, detrás de sus cálculos y algoritmos, hay humanos. Y, como la historia nos ha enseñado, los humanos somos propensos a cometer errores y a contar con sesgos, tanto conscientes como inconscientes, en la mente de los programadores; ocasionando que la IA se torne discriminatoria. De no mediar una reflexión ética, podríamos quedarnos con un reflejo distorsionado de nosotros mismos. ¿Aspiramos a eso?
Por supuesto, no todo es sombrío. La IA tiene el potencial de ser el ala que impulse a la humanidad hacia metas inimaginables. Pensemos en un mundo donde la tecnología trabaje de la mano con nosotros, ayudando a combatir los retos del cambio climático o diseñando una educación personalizada para cada niña, niño y adolescente. Sin embargo, estas visiones requieren dirección, orientación y regulación.
En este sentido, es necesario legislar en la materia con el objetivo de que el Poder Legislativo Federal tenga las facultades para expedir leyes y normas al respecto; además, se debe crear una comisión especial para determinar cuáles leyes deben ser actualizadas como punto de partida.
Como en una novela de ciencia ficción, nos encontramos en un cruce de caminos. Podemos dejar que la corriente de datos y algoritmos nos lleve a un rumbo incierto o podemos tomar las riendas y guiar nuestro destino tecnológico hacia un mañana en armonía con nuestros valores y en sintonía con los derechos humanos.
Requerimos una regulación consciente y humana de la inteligencia artificial. Somos más que datos. Somos historias, sueños y esperanzas. Al igual que con cualquier poderoso artefacto, la decisión de cómo usarlo está en nuestras manos. El futuro, ese que tantas veces hemos imaginado, lo estamos construyendo ahora.
Es hora de actuar.