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Francisco

by Franco Elizondo Marquez

Por Geovanna Bañuelos

La muerte del Papa Francisco no solo enluta a la Iglesia católica, sino que deja un vacío en el ámbito ético global. Su voz, serena, pero firme, no promovió dogmas sino puentes. No impuso credos, sino empatía. Desde el día en que eligió su nombre, Francisco, como el santo de los desposeídos, el de Asís, quedó claro que su pontificado iba a transitar por un camino distinto. Rechazó los lujos del Vaticano, se despojó del oro y la seda. Apareció vestido con una sencillez que expresaba más que mil discursos. Rompió el protocolo y habló directamente al pueblo, sin barreras ni jerarquías.

Recuerdo que Francisco rechazó la capa de armiño, los zapatos rojos y los ornamentos dorados que era el atuendo del pontífice en la primera aparición. Ese día, Francisco salió al balcón del Vaticano con una sencilla sotana blanca, sin bordados y sin corona. Aquel gesto, profundamente simbólico, no fue menor: fue una declaración de principios. Un Papa que no venía a ser venerado, sino a servir.

En un mundo desgarrado por la desigualdad, Francisco alzó la voz, con claridad pocas veces escuchada desde Roma, contra los excesos del capital, el egoísmo mercantil y la deshumanización del trabajo. Jorge Mario Bergoglio señaló sin rodeos “esta economía mata”, y con ello ejerció una autoridad moral de talla universal a favor de quienes han sido históricamente olvidados: los pobres, las mujeres, los migrantes, los pueblos originarios, los excluidos.

En ese discurso profundamente crítico al orden económico global, denunció el descarte humano, la lógica de la ganancia por encima de la dignidad, la concentración de la riqueza, la destrucción del medio ambiente, los conflictos bélicos. Sin duda, en sus palabras y acciones, hubo un pensamiento sumamente humanista.

Reconozco en el primer Papa latinoamericano a un líder que supo hablarle al mundo desde el corazón de los pueblos, principios que convergen desde la religión, la filosofía, la política, la ética. Un Estado laico no es un Estado sin fe. Un Estado con principios es aquelque combate la desigualdad y su prioridad son los pobres. Francisco entendió que la paz se construye con justicia social y que el mundo es posible si colocamos a las personas en el centro de la vida pública, particularmente aquellos que han sido históricamente segregados. “La única forma lícita de mirar a alguien de arriba a abajo es cuando uno le da la mano para levantarse”.

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